Esta semana hemos sido testigos de cómo
si las personas nos unimos podemos luchar contra las injusticias que nos están asolando
día a día.
En el barrio burgalés de Gamonal, el
ayuntamiento del PP, encabezado por su alcalde, Francisco Javier Lacalle,
pretendía construir un nuevo bulevar con plazas de aparcamiento subterráneas y
muchas otras cosas bonitas que el barrio ni necesita ni ha pedido.
Bien es cierto que este barrio, desde su
anexión a Burgos en 1954, no se ha dejado amedrentar por las presiones
urbanísticas de los sucesivos equipos de gobierno que ha habido en la ciudad,
pero a lo que hemos sido testigos estos primeros días del 2014 es digno de
elogio.
Gamonal es un barrio obrero, y como barrio
obrero que es, estás sufriendo en las carnes de sus vecinos y vecinas el cáncer
de la crisis. Un barrio con las tasa de paro de las más altas de la capital
burgalesa que estaba viendo como se iban a gastar 8,5 millones de euros de sus
impuestos en un proyecto que lo único que beneficiaba era al espabilado de su
alcalde.
Esto es un ejemplo de que Sí se puede,
que si el pueblo nos mantenemos unidos podemos luchar contra los insultos que nos
profieren los elementos que nos pretenden gobernar.
Parecida situación es la que se produjo
en el barrio del Cabanyal de Valencia hace unos años: la presión ciudadana
paralizó unas obras que lo único que pretendía era inflar el ego ya de por sí
inflado de la alcaldesa Rita Barberá.
Pero no solamente aquí se pone de
manifiesto que la unión hace la fuerza. En 2005, Islandia hizo dimitir al
gobierno entero, culpable de la bancarrota miserable a la que habían llevado al
país. El pueblo unido consiguió hasta hacer una nueva constitución para el país
que pusiera en primer lugar a las personas y en segundo al mercado, casi igual
que aquí.
También es cierto que hechos de protesta
contra la especulación urbanística como los acaecidos en Gamonal hace unos años
hubiesen pasado desapercibidos, pues bien es cierto que cuando “España iba
bien” y “vivamos por encima de nuestras posibilidades” todos mirábamos hacia
otro lado cuando el alcalde de turno hacía el enésimo campo de golf, o se inauguraba
una estación de AVE en mitad de un secarral, o se construía el aeropuerto del
abuelito.
Y es que ahora, fruto de coyuntura
actual, estamos empezando a despertar y a mirar con lupa como se gastan el
dinero que tanto sacrificio nos cuesta ganar. Y es que no es la ideología ni
los partidos políticos los que mueven al mundo. Es el hambre y la desesperación
las que agitan conciencias y hacen que se corrijan decisiones y movilicen a la
gente en las calles.
Cuando se paraliza una ejecución
hipotecaria, no es que al director del banco de turno se le haya ablandado el
corazón. Es la presión popular la que consigue paralizar el desahucio. Al igual
que todos los derechos laborales conseguidos y que ahora nos están expoliando
se consiguieron por sangre, sudor y lagrimas. Literalmente. Nadie da nada por
nada y menos la clase gobernante.
Desde tiempos inmemorables, es la
ciudadanía la que se ha levantado y a cambiado las cosas. Ya sea en masa
espontanea o siguiendo a un líder carismático que tire de ellos.
Si hacemos caso a las Sagradas
Escrituras y las tomamos como hechos históricos, no fuero los faraones los que
dejaron ir a los judíos, si no ellos mismos que se revelaron ante la tiranía,
al igual que Jesús el nazareno, no era simplemente el hijo de un dios, sino que
también fue un líder revolucionario que cuestionó el poder establecido.
Y dejando de lado las batallitas
bíblicas, también fue el pueblo el que se levantó contra el opresor en los
procesos descolonizadores. Al igual que la revolución burguesa de la toma de la
Bastilla la realizó el pueblo. Y la revolución bolchevique también la realizó
al pueblo, ambas para derrocar al absolutismo que representaban sus casposas
monarquías.
Por todo eso, la lucha vivida estos días
en un barrio humilde del norte de Castilla, nos debe servir de ejemplo que la
unión hace la fuerza. Y que si permanecemos unidos podemos conseguir cambiar
las cosas.
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